TITULARES

sábado, 22 de enero de 2022

OPINIÓN INVITADA

 Mi Tío Carlos y su Viacrucis por el Sistema de Salud Dominicano



Por: Dr. Edward Barias Rojas

Psiquiatra especializado en Patologia Dual, Adicciones y Psiquiatría General de Adultos.
West Palm Beach, FL

Para el fin de semana de Acción de Gracias en Estados Unidos tuve el privilegio de viajar a Santo Domingo para unas cortas vacaciones.

Por desgracia, luego de la cena de ese jueves, mi querido tío Carlos, con 88 años, tuvo un accidente cerebro-vascular hemorrágico, por lo que llamamos al Sistema Nacional de Emergencias 9 1 1, los cuales respondieron rápidamente y entre los eficientes paramédicos y sus familiares lo pudimos bajar en camilla desde el segundo nivel del edificio y trasladarlo al centro de salud privado más cercano, pero para nuestra sorpresa la sala de UCI estaba clausurada por COVID, por lo cual no podía ser ingresado y el conductor de la ambulancia del 9 1 1 se rehusó transportarlo por segunda vez.



En medio de la desesperación no tuvimos más remedio que transportarlo acostado en el vehículo de mis padres y entre la prisa, los conductors intoxicados por el “teteo” y los tapones nocturnos de la ciudad, pudimos arribar a la sala de emergencia de uno de los mejores centros privados de la capital, donde el tío obtuvo las muy necesarias primeras atenciones.

Sin embargo, nuestra jornada no terminaba ahí, ya que todas las camas de UCI estaban ocupadas y los médicos nos ayudaron con los arreglos para trasladarlo a otro centro privado, el tercero de esa larga noche, pudiendo ingresarlo, finalmente, a la Unidad de Cuidados Intensivos pasadas las 4 de la madrugada.

Dos días despues debí regresar a los Estados Unidos donde ejerzo Psiquiatría General desde hace más de dos décadas.

Mientras me encuentro en el ejercicio de mi profesión en el Estado de la Florida, me mantengo al tanto de la evolución de la salud de “Tío Carlitos”, apodado así en la famila por su pequeña estatura; en el transcurso de dos semanas necesitó de varios procedimientos, incluyendo neuro-cirugía y un tubo gástrico para poder alimentarlo, su estado empeoró con un cuadro de neumonía y fallo renal.

Carlitos con sus 88 abriles estaba en pie de guerra, aunque ya no hablaba, se pasaba la mayor parte del tiempo dormido y necesitaba la asistencia de un tanque de oxígeno para respirar. En esa situación pasaron otros 15 días y aún lo que nos quedaba de Carlitos seguía admitido en esa UCI.

Mi Tío fue abogado, trabajó por más de 35 años en el Estado Dominicano y contaba con un buen seguro médico que cubría gastos de enfermedades catastróficas.

Regresé al país a finales de diciembre para las vacaciones de invierno, pero algo me inquietaba, sentía que nos ocultaban información sobre la salud del Tío, la comunicación con los médicos especialistas, pero sobre todo con la intensivista era mínima. Estos se trasladaban a otros centros de salud a dar consulta, regresaban, entraban y salían sin actualizar a los familiares, manejaban las informaciones sobre la evolución de su salud con exceso de hermetismo.

Sin embargo, con la administración del Centro Médico la comunicación era siempre fluida, llamaban a diario para solicitar los copagos correspondientes, en buen dominicano lo que veíamos era que se “estaban comiendo su seguro” y el Tío cada día estaba peor.



Qué hacer para conseguir la información? Porque a pesar de haberme identificado como médico especializado en los Estados Unidos, ni los médicos de UCI ni los especialistas daban la cara; solo la neurocirujano y un par de médicos residentes daban algunas pinceladas sobre el estado de Carlitos.

El desenlace era previsible, pero nadie nos decía la realidad, Tío, a su avanzada edad, no iba a ganar esta batalla.
Mi padre, al ver la realidad de su estado de salud y la indiferencia del personal médico, pidió el alta al centro de salud, ya que los recursos económicos comenzaron a escasear y el seguro médico excedió el límite.

Cuando se lo informamos a la administración, de immediato prevaleció más el interés monetario que el cuidado del paciente, se nos dijo textualmente: “Si no pueden pagar y el seguro ya expiró ustedes tienen que llevárselo a otro lugar”.

Trasladamos a Carlitos a un muy conocido hospital público, ahí comprobé de primera mano y en carne propia las dificultades que afronta un dominicano de bajos recursos o como Tío Carlitos, en sus últimos hálitos de vida. Entre gritos, quejidos, monitores de signos vitales dañados, hacinamiento y camillas inservibles, hombres, mujeres y niños de todas las edades compartíamos la sala con recién fallecidos, toda una escena dantesca que no he logrado borrar de mi memoria.



Los médicos residentes hacían lo que podían sin tener las herramientas a mano y entre el caos y el desorden imperante, un técnico de tomografía que estaba comiendo y que tuve que personalmente ir a buscarlo para que interrumpiera su almuerzo y la desesperación de los pacientes con hasta 6 días en la emergencia esperando por una cama disponible, pude ver como a mi querido Tío Carlitos se le iba la vida en mis brazos. “Tío, usted fue un hombre bueno, no sufra, todos estamos bien, váyase en paz”, fueron las únicas palabras que pude decir ante la sorpresa de mi padre.

Carlitos falleció entre bullicio y desorden, muy diferente a la paz y sosiego con que vivió su vida, la morgue del hospital fue el colofón al viacrucis que habíamos vivido, esas imágenes quedarán grabadas por siempre en mi mente, sin embargo, de todo este episodio lo que más me marcó fue la frialdad y la falta de empatía de aquel centro privado, que nos costó una fortuna, pero peor aun, le costó tanto sufrimiento a mi tío por más de 30 días.

Todo paciente terminal tiene derecho a morir tranquilo y sin dolor, fue algo que aprendí en los hospitales que trabajé en los Estados Unidos, prolongar su sufrimiento con estudios costosos y procedimientos innecesarios cuando ya no hay nada que hacer es inhumano; un paciente no merece pasarse 30 días en UCI hasta agotar cada centavo de su seguro médico y/o de los recursos familiares.

Los médicos debemos tener empatía, comunicación y ser sinceros con los familiares. Carlitos necesitaba tratamiento de confort, hospicio, medicamentos paleativos para el dolor, pasarse sus últimos días rodeado de sus familiares.



La pregunta que me hago a diario es: ¿Cómo puede una familia de escasos recursos hacer frente a una situación similar a la vivida por nosotros con Tío Carlitos?

El Estado Dominicano debe priorizar el gasto de salud, no es posible que con tantos recursos asignados a otras áreas no prioritarias, la sala de emergencia de uno de los principales hospitales del país no tenga un solo monitor de signos vitales en funcionamiento o camillas en buen estado.

Los congresistas deben legislar para gestionar los recursos a los hospitales de sus demarcaciones, ponerse en los zapatos de sus representados y comprobar con sus propios ojos la realidad de las salas de emergencia de nuestros hospitales.

Estoy seguro que una experiencia como la vivida por nosotros cambiaría para siempre su forma de actuar, y de paso, y no menos importante, promover leyes que protejan a los pacientes terminales de los abusos de los centros médicos privados, los cuales, guiados por la ambicion, causan tanto dolor y sufrimiento.

A pesar de esta dolorosa experiencia, estamos muy agradecidos de todos aquellos médicos residentes, enfermeras, laboratoristas, paramédicos y camilleros, que sí se identificaron con nuestro dolor y le brindaron a Carlitos su dedicación y mejores esfuerzos, entre tanto caos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario