El motorista, dueño informal de las calles de Santo Domingo
Por:
Rosa Bueno
Moverse por Santo Domingo se ha convertido en un ejercicio de resistencia. No solo por los interminables tapones, sino por una realidad que ya forma parte del paisaje urbano, el dominio absoluto del motor en la vía pública. Y lo digo con absoluta sinceridad, el caos que vivimos no es solo producto del tráfico, sino de una convivencia vial que hace tiempo dejó de ser equilibrada.
En cada semáforo se repite la misma escena. Mientras los vehículos esperan pacientemente el cambio de luz, los motores aparecen por todos los ángulos posibles, entre los retrovisores, pegados a las puertas, por las aceras, por el carril izquierdo, por el derecho y al final, todos llegan adelante, como si existiera una regla no escrita que los autoriza a colocarse en primera fila. En muchas intersecciones he contado más de quince motores alrededor, todos compitiendo por adelantar y en la mínima oportunidad, cruzando incluso con la luz en rojo, aunque la autoridad esté deteniendo el tráfico.
Pero aquí está el punto que no podemos seguir ignorando, la moto es un vehículo con placa, igual que cualquier otro. No es una excepción. No es un accesorio urbano. No es un invitado libre de normas. Tiene que respetar semáforos, carriles y agentes, y su lugar como el de todos es detrás de la fila, no delante. Sin embargo, por costumbre o por falta de consecuencias, se ha normalizado un comportamiento que pone en riesgo vidas y agrava el desorden que ya padecemos.
La situación es más compleja de lo que parece. A cualquier hora del día es fácil ver motoristas sin casco, subiendo elevados, pasando por zonas prohibidas o cruzando donde no deben. Y cuando son detenidos por los agentes, comienza otra historia que muchos prefieren no mirar, motores enviados al canódromo, multas, retenciones y sobre todo, rostros llenos de decepción. He visto a motoristas salir caminando, sabiendo que ese aparato que se llevaron no era solo un vehículo; era su herramienta de trabajo, su manera de mantener a su familia. Muchos literalmente no tienen ni el pasaje para regresar a casa.
Aquí es donde la opinión se bifurca. Sí, hay motoristas que violan la ley sin pudor y ponen en riesgo su vida y la de los demás. Pero también hay un sistema que no educa, no regula con firmeza y no ofrece alternativas reales. Y esta combinación ha convertido al motor en un protagonista inevitable del tránsito, pero también en un símbolo del desorden que hemos permitido crecer.
No se trata de condenar al motorista ni de justificar lo injustificable. Se trata de reconocer que la convivencia en las calles requiere reglas que se cumplan y autoridades que las hagan valer para todos por igual. Se trata de entender que el respeto vial no es un lujo, sino una necesidad para una ciudad que cada día se vuelve más densa, más peligrosa y más impredecible.
La República Dominicana no puede seguir avanzando por carriles distintos: el de los vehículos que respetan la ley y el de los motores que la ignoran. Llegó el momento de corregir, educar y ordenar. Porque las calles son de todos y todos con cuatro ruedas, con dos o caminando merecemos un tránsito seguro.
o, justo y humano




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